Buenos Aires.- La primicia recientemente difundida por NUESTROMAR, por la que se da cuenta del inminente inicio de un experimento de fertilización oceánica en un cercano sector del Atlántico Sudoccidental, plantea una cuestión de indiscutible importancia y preocupación para la Argentina y sus intereses en el mar.
La decisión indo-germana de concretar el experimento LOHAFEX, en contra de las numerosas y calificadas opiniones científicas que en todo el mundo se manifiestan a favor de postergar este tipo de ensayos, así como la escasa información previa sobre el particular, y la zona escogida para su realización, son cuestiones todas que no pueden pasar desapercibidas, ni quedar sin explicación o respuesta pública, por parte de las autoridades nacionales competentes.
Mientras esperamos el pronto esclarecimiento y pronunciamiento que sobre el particular puedan proporcionar la Cancillería argentina, y la Dirección Nacional del Antártico, repasemos de qué se trata la “fertilización oceánica”, cuál es el debate en curso en todo el mundo al respecto, y por qué se inscribe este tema de lleno en el campo de los intereses marítimos nacionales.
La fertilización oceánica
Desde hace ya varias décadas, ha existido interés en remover dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera, y almacenarlo en donde no pueda contribuir al calentamiento global. Esta práctica, se conoce como “secuestro de carbono”.
Uno de los métodos de “secuestro de carbono” que ha recibido mucha atención, es el de la “fertilización oceánica”, que consiste esencialmente en estimular el crecimiento de las algas microscópicas presentes en el mar, el fitoplancton.
Al igual que otras plantas, el crecimiento del fitoplancton implica la utilización de la radiación solar en la fotosíntesis, un proceso por el que transforma la materia inorgánica de su medio externo en materia orgánica que utilizará para su crecimiento y desarrollo.
Uno de los efectos del proceso de fotosíntesis, es que remueve el CO2 de la atmósfera. El carbono pasa a formar parte del fitoplancton, y eventualmente, una parte terminará hundiéndose y depositándose en el fondo del mar, ya sea en forma directa (fitoplancton muerto) o indirecta (a través de la materia fecal, o los tejidos de zooplancton muerto).
El fitoplancton vive en vastas comunidades que responden rápidamente a los cambios de su ambiente, lo que lo hace atractivo como modo de acarrear C02 a los océanos. De este modo, al favorecerse las condiciones para el crecimiento del plancton, se incrementaría significativamente la cantidad de carbono que el océano podría absorber y “neutralizar”.
Además de luz, el fitoplancton debe extraer varias sustancias disueltas en el agua de mar para crecer y reproducirse. Algunas, tales como el calcio, sodio, potasio, magnesio y sulfato, o el carbono inorgánico (que como dijéramos, es tomado precisamente del CO2), son abundantes en todo el océano.
Otras sustancias y elementos necesarios para el desarrollo del fitoplancton, conocidos como “nutrientes” (componentes de fósforo y nitrógeno, y sílice), y “micronutrientes”, son más escasos en el mar.
Las técnicas de fertilización oceánica consisten precisamente, en el agregado de algunos de estos nutrientes o micronutrientes normalmente escasos. Este aporte activa y multiplica el desarrollo del fitoplancton, y la consecuente captura de CO2.
El experimento que la expedición indo-germana embarcada en el buque de investigación “POLAR STERN” se propone llevar a cabo, plantea la utilización de hierro -un importante “micronutriente”- como elemento “fertilizante”. Otras técnicas de fertilización, proponen el agregado de componentes de fósforo o nitrógeno.
La polémica
Promediando la década de los 80, el Dr. John Martin, investigador estadounidense del Laboratorio Moss Landing Marine, formuló como hipótesis, que la cantidad de hierro disponible en el océano era uno de los factores claves para el crecimiento del plancton.
Luego de ensayos en laboratorio, se efectuaron los primeros experimentos de vertimiento de hierro disuelto en aguas abiertas, comprobándose intensos períodos de crecimiento de fitoplancton. Desde 1993, se han llevado a cabo una docena de estudios de campo en diferentes zonas oceánicas, tendientes a determinar la validez y alcances de la “Hipótesis del hierro”.
Adicionalmente, comenzaron a desarrollarse pruebas con miras al aprovechamiento comercial de la técnica en el mercado de los créditos de carbono. Explicado en términos muy sencillos, (y por tanto imperfectos), la aplicación extendida de esta práctica de fertilización, permitiría secuestrar grandes cantidades de CO2 atmosférico, que serían “compradas” por países o empresas, en “compensación” por el exceso de CO2 que generan a través de sus propias actividades industriales.
La conformación de algunas empresas interesadas en desarrollar este tipo de actividades, que vale la pena aclarar son absolutamente legítimas, generalizó y aceleró en los últimos dos ańos, un debate internacional que por entonces se limitaba a una mera discusión científica.
Varias son las objeciones, desde la perspectiva de la ciencia, a la posible utilización generalizada de esta herramienta, que forma parte de las denominadas “técnicas de geoingeniería”.
Entre otros potenciales efectos negativos de la fertilización por hierro, se enuncian el incremento de producción de otros gases de efecto invernadero (como el metano y el óxido nitroso), la disminución de las concentraciones de oxígeno disuelto en las aguas de profundidades intermedias, y los cambios en la composición de las comunidades de fitoplancton que pueden traer aparejadas floraciones de algas nocivas, o alteraciones en las cadenas alimentarias.
Por otra parte, se cuestionan los presuntos índices de efectividad de la técnica, cuya capacidad de secuestrar carbono podría llegar a ser mucho menor que las estimadas por las empresas interesadas en su aplicación comercial.
A partir de 2007, y muy especialmente durante todo el ańo pasado, el debate se extendió a todos los foros científicos y de políticas ambientales y oceánicas del sistema internacional. Las conclusiones, coincidieron abrumadoramente en advertir que no se puede determinar aún – y algunos sostienen que difícilmente pueda hacerse alguna vez – la cantidad de carbono que sería capaz de secuestrarse con este método, y que su implementación a gran escala podría tener consecuencias ambientales negativas, que no han sido debidamente analizadas.
La contundencia de tales respuestas fue suficiente para refrenar a las empresas, ansiosas por avanzar en sus planes. Algunas perdieron interés, y otras reelaboraron sus iniciativas, aceptando la conveniencia de contar con un marco regulatorio apropiado para el desarrollo de la actividad. La polémica sin embargo, no se circunscribió al plano de la actividad comercial.
Aunque el eje de discusión de la cuestión se está librando actualmente en el ámbito de la denominada “Convención de Londres”, que es un acuerdo internacional establecido para controlar y prevenir la contaminación producto del vertimiento deliberado en el mar de materiales o substancias potencialmente peligrosas, una numerosa cantidad de otros foros y organizaciones se pronunciaron al respecto en los últimos meses.
Entre ellos, la Novena Conferencia de las Partes de la Convención sobre Diversidad Biológica (CBD), adoptó el 30 de mayo último una decisión sobre fertilización oceánica, aunque sin dejar de reconocer los análisis científicos y legales en curso en el ámbito de la Convención de Londres. El foro de la CBD instó a las Partes y a los Gobiernos en general, a asegurar que no se realicen actividades de fertilización oceánica hasta que exista una base científica adecuada que las justifique, incluidas las evaluaciones de riesgos asociados, y hasta tanto se establezca un mecanismo de regulación y de control, global, transparente y efectivo para estas actividades.
Invocó para justificar tal decisión, al “principio de precaución”, un difundido concepto que respalda la adopción de medidas protectoras cuando no existe certeza científica de las consecuencias para el medio ambiente de una acción determinada.
La recomendación de la Novena Conferencia incluye explícitamente entre las actividades que no deberían realizarse, a los estudios de investigación, con excepción de aquellos que sean de “pequeńa escala”, y realizados en “aguas costeras”.
Este aspecto de la resolución fue objeto de un fuerte rechazo desde varios sectores de la comunidad científica, desde donde se afirma que limitar los experimentos a las zonas costeras podría impedir la realización de actividades legítimas de investigación. Dicho de otro modo: si las investigaciones no se hacen en aguas abiertas y en extensiones relativamente grandes (200 kilómetros por 200 kilómetros, o más), será virtualmente imposible saber a ciencia cierta cómo funciona la técnica y cuáles son sus eventuales efectos “secundarios”.
Hasta aquí, una muy comprimida descripción de los aspectos en discusión. El desarrollo ha sido muy rico en declaraciones, e incluyó episodios como el protagonizado por el gobierno de Ecuador en octubre de 2007 que rechazó enfáticamente un proyecto de fertilización que una empresa se proponía llevar a cabo a 350 millas al oeste de las islas Galápagos, motivando su cancelación.
La noticia recientemente difundida por NUESTROMAR, muestra a dos instituciones de investigación, una alemana y otra india, que en forma asociada – y con la autorización de sus gobiernos – se disponen a llevar a cabo una experiencia de fertilización oceánica con hierro, de gran escala y en aguas abiertas, en abierto desafío a lo requerido por la conferencia de la CBD.
La importancia para Argentina
La selección del Océano Atlántico Sur, como ámbito para la realización del experimento, no es casual. La técnica a utilizarse, sólo puede prosperar en zonas que reúnan ciertas condiciones, por ejemplo, que exista un déficit de hierro, pero una abundante disponibilidad de nutrientes.
Según estimaciones del Panel Internacional sobre el Cambio Climático, sólo un 30% del “océano mundial” sería apto para la aplicación de esta técnica. Dichas áreas se concentran en el Pacífico ecuatorial, en el sector subártico del mismo océano, y –fundamentalmente- en las secciones más australes de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico.
Resulta claro que las aguas del Atlántico Sudoccidental que bańan a nuestro vasto territorio y sobre las que se proyectan derechos de soberanía y trascendentes intereses marítimos se inscriben entre las mejores y pocas “candidatas” para la investigación y eventual aplicación de técnicas de fertilización por hierro.
El conocimiento y monitoreo de todo ensayo o uso efectivo de este tipo de prácticas resultan por tanto de importancia primaria para la Argentina, en cuyas aguas jurisdiccionales y de interés, impactarán las eventuales consecuencias.
La forma en que se habría decidido concretar el experimento LOHAFEX tiene implicancias políticas serias, cuyo análisis específico será motivo de una futura entrega. Mientras tanto, cabe esperarse una definición pública por parte de nuestro gobierno, que arroje luz sobre la postura oficial en relación con este delicado tema.
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