Buenos Aires.- El principal impacto laboral de las crisis no es la caída en el nivel de empleo sino el deterioro de su calidad. En este sentido, el aumento en el último trimestre del 2008 de la tasa de no registración es un indicio muy sugerente de las tendencias que se avecinan. La informalidad opera como la principal vía de escape que disponen los más pobres y vulnerables frente a normas laborales discriminatorias. El problema no se resuelve a través de más controles sino con un replanteo de las trabas que dificultan –en muchos casos imposibilitan– trabajar en la legalidad.
Desde el último trimestre del 2004 hasta el 3º trimestre del 2008 se ha observado un proceso continuo de disminución de la tasa de empleo no registrado. Desde el 48,9% en el 4º trimestre del 2004 hasta 36,3% en el 3º trimestre del 2008. Si se excluye de la medición a los beneficiarios del Plan Jefes de Hogar –que son considerados como ocupados no registrados– la incidencia del empleo no registrado disminuye desde 45,5% a 36,1%.
El 4º trimestre del 2008 rompe con esta tendencia. La tasa de empleo no registrado subió a 37,8% (ó 37,6% si no se computan los beneficiarios del Plan Jefes). Es decir, con cualquier de las dos mediciones surge que la tasa de empleo no registrado tuvo un incremento en el 4º trimestre del 2008 de 1,5 puntos porcentuales. ¿Hay que considerar este dato como una “luz de alarma” o como una mera situación coyuntural?
Para aproximar una respuesta a este interrogante puede ser pertinente observar la dinámica que tuvo el mercado laboral en el anterior ciclo recesivo transcurrido entre 1998 – 2001. Un fenómeno saliente de aquellos años fue el aumento del desempleo. Esto no fue producto de caídas en el empleo sino de que la generación de empleos fue insuficiente para absorber el crecimiento de la fuerza de trabajo. Según la información oficial del INDEC de aquellos años, el incremento neto del empleo entre 1998 – 2001 fue del orden de los 210 mil puestos de trabajo desagregados de la siguiente forma:
· El empleo asalariado registrado había caido en 8 mil empleos.
· El empleo no asalariado (patrones y empleadores, cuentapropistas y trabajadores sin salario) había aumentado en 20 mil nuevos empleos.
· El empleo asalariado no registrado había aumentado en 198 mil nuevos empleos.
Los datos sugieren que la crisis económica no produce caídas netas del empleo. Ni siquiera reducciones importantes del empleo asalariado formal. El deterioro en la crisis se manifiesta por la falta de fuerza de la economía para crear cantidades suficientes de nuevos empleos a los nuevos entrantes al mercado laboral y en que los empleos creados en su gran mayoría son informales. Es por esto que en las crisis aumenta la tasa de desempleo y la incidencia del empleo no registrado.
Aunque el nivel de actividad económica caiga, es plausible que en el 2009 el empleo asalariado registrado no caiga o lo haga moderadamente. Suponiendo que el crecimiento de la fuerza de trabajo se mantiene en el orden del 2% anual y la tasa de desempleo en el orden del 8%, entonces la incidencia del empleo no registrado llegaría a finales del 2009 al 39%. En un escenario un poco menos optimista, donde podría operar alguna destrucción de empleo formal, la tasa de no registración volvería a superar, nuevamente, el 40%.
Más allá de los porcentajes, las proyecciones reflejan el carácter estructural de la informalidad. Las altas cargas sociales, las regulaciones complejas y la litigiosidad laboral encarecen el empleo “en blanco” imposibilitando que gran parte de la fuerza laboral pueda trabajar en la formalidad. Entre el 2004 y el 2008 esto fue parcialmente disimulado por la “licuación” de costos laborales producida por la devaluación, o sea, las malas regulaciones fueron compensadas por una fuerte caída del salario real. Pero en el 2009, gran parte de los efectos de la devaluación han desaparecido, lo cual implica que los costos laborales no van ser inferiores a los que prevalecían antes de la devaluación. Esto hace que sea altamente probable que en el 2009 la informalidad vaya a aumentar.
La informalidad es una de las pocas vías que tienen los más pobres y vulnerables para subsistir frente a reglas que los discriminan. Por eso, plantear la intensificación de los controles es un camino poco recomendable y muy difícil de llevar a la práctica porque implica acentuar la discriminación al cerrar la principal –muchas veces la única– vía de inserción laboral que tienen las personas en mayor estado de vulnerabilidad. Tampoco tiene lógica relajar los controles y ser tolerantes con la informalidad porque esto implica perpetuar una situación de subsistencia. La cuestión central es repensar las regulaciones laborales para generar normas que sean mucho más simples y cumplibles, y organizar la seguridad social de una manera que no exija imponer cargas sociales exageradamente altas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario